En Tierra del Fuego, en el extremo sur de Argentina, hay más de 150 mil castores y los escasos 134 mil residentes de esa isla inhóspita ven a esta especie como una amenaza. De allí que hayan tomado la decisión de erradicarlos definitivamente.
Estos roedores viven a sus anchas en bosques abundantes y ríos, y sin ningún depredador a la vista. Los castores han destrozado una superficie boscosa equivalente a casi dos veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires.
«Lo que antes era un bosque de ribera, ahora es un pastizal con árboles cortados, muertos de pie y ahogados», describe al diario El País el biólogo Andrés Schiavini, quien lidera un reto: erradicar a los castores de Tierra del Fuego para salvar los bosques nativos.
Los castores destruyen puentes de madera, tapan alcantarillas y contaminan el agua porque pueden tener enfermedades o parásitos que quedan en los afluentes de agua a través de su orina o heces.
Las autoridades han invitado a labrir gente a cazarlos y vender sus pieles, las cuales son pagas, pero no ha funcionado porque solo cazan cerca de los caminos, no ingresan a zonas recónditas.
Argentina quiere borrar al castor de su territorio, el proyecto piloto permitirá ver si es un objetivo alcanzable. Por ahora la caza de esta especie sigue activa.