El sabor melódico del porro, ese sombrero vueltiao y los guapetones campos sabaneros tan inherentes a nuestra piel cordobesa y tan reconocidos en cada recoveco del mundo, desde tiempos seculares no solo han iluminado e inspirado la creatividad, arte o ingenio de propios, sino también de artistas ajenos que por medio de sus pinturas, esculturas, dibujos, arquitecturas, grabados, cerámicas y artesanías, han y seguirán plasmando ese universo mágico del que está compuesto el departamento de Córdoba.
Tal caso ocurre para uno de esos versados en las pintorescas y plásticas artes, quien quizá no es célebre como muchos otros, pero que de igual forma expone con su talento innato la esencia de La Sabana y del majestuoso Caribe colombiano.
Se trata del pintor Miguel Antonio Cuentas Silvera. Siendo del municipio de Polonuevo, en el departamento del Atlántico, este retratista plástico ha perfilado en diversos cuadros figuras relacionadas al ser humano como ser afable, y a la música, las costumbres y las tradiciones caribes, principalmente, como un tatuaje dibujado en nuestros huesos y que nos evocan a diario nuestras raíces culturales y la comarca en la que nacimos. A su exquisita conjugación de los colores, texturas, formas y dimensiones tampoco escapan las plantas y las frutas, a las que Miguel estampa con una orgánica sutileza de su estructura artística: el realismo.
La creatividad de este pintor atlanticense de 70 años, la que quizá sin saber muchos aprecian en cuadros colgados en casas de amigos o locales comerciales en Montería, se vio imbuida por una noche de porros en el Festival Nacional del Porro, en San Pelayo. Ello le ha abierto las puertas a su arte en tierras cordobesas, y ha llevado a que su tacto y pincel esbocen otras imágenes del Sinú.
“Córdoba es una tierra de contrastes positivos para un pintor. Cuenta con muchos canales para la inspiración de todo aquel proclamador del arte. A pesar de no ser de esa región, he podido dar a conocer mi pintura por medio de amigos que admiran mi arte, y a quienes a su vez amigos les preguntan por los cuadros que ven en sus casas u oficinas”, precisó Miguel, quien se considera un artista empírico.
Su realismo irreverente, pero fresco, el cual también se ha visto golpeado seriamente por esta pandemia, igualmente ha incursionado en Sahagún, donde gracias a la Alcaldía de ese municipio cordobés varios de sus cuadros fueron conceptuados en exposiciones al público y a estudiantes de diversos colegios. “Visiono, ahora que minimice la problemática por el covid, cristalizar en mis cuadros más escenarios de esa bella tierra y así darme a conocer con un mayor alcance”, indicó.

Miguel Antonio Cuentas Silvera es el reflejo viviente de que el poseer una vena artística no es siempre el trampolín para incubar y posteriormente sacar a relucir las artes plásticas. El ser observador y apasionado, tal como lo piensa él, igualmente transforman el panorama en una especie de ruta para dar rienda suelta a cualquier actividad de la vida, en este caso el arte de la pintura.
Y es que fue de este modo como este polonuevero, por allá cuando era un niño en la década del 50 en su amada población, gracias a su vecino Gil Padilla, reconocido pintor y escultor de Polonuevo, comenzó su vasto idilio con las artes plásticas y la pintura.
“Al verlo me llamó mucho la atención las bellas figuras que pintaba, y aun sin entenderlo en ese tiempo, de lo maravilloso de cómo empleaba la combinación de colores”, comentó pletórico de nostalgia al rememorar esa parte de su niñez.

Atisbar e intentar remedar el derroche de talento, magia y creatividad de quien fuera en ese entonces su mentor y motivador, no fue nada fácil. No por el perfeccionismo o conocimiento que Gil exhibía en sus obras, pues Miguel era tan solo un niño y eran elementos difíciles de digerir, sino por no contar con las herramientas adecuadas debido a la situación económica, nada buena, que por esos días convivía junto a él en el humilde hogar que conformaba junto a sus padres Tomás Cuentas y María Silvera.
Mientras la suerte cambiaba, el carbón, los tarros de temperas vacíos los cuales mezclaba con agua para sacarle color, los lápices convencionales que llevaba al colegio durante su primaria y las paredes de su casa, se convirtieron en los primeros elementos que dieron pie a lo que años después se transfiguraría en los bellos y llamativos bodegones, esculturas y pinturas abstractas diseñadas con técnicas de óleo acrílico y acuarela.
“Sin duda el no poseer unos buenos lápices de colores, temperas, pínceles, superficies planas donde empezar a pintar, entre otros elementos, era un factor desmotivador. Pero yo siempre mantuve indemne mi sueño y amor por la pintura”, añadió. Y sí, el mantenerse incólume a pesar de las adversidades materiales fue lo que permitió que naciera en él una vena artística y mantuviera prístino la pasión por la pintura.
Su panorama tomó color
Ese anhelo que tenía fijado para su vida empezó a dilucidarse en su época de bachillerato, cursado en el Colegio San Pablo, en Polonuevo. La situación mejoró y pudo hacerse a elementos propios para la pintura. Además, la ayuda y estimulación de su profesor de Ciencias Sociales, locutor y también pintor, César Silva, terminaron de moldear su sueño.
“Lo recuerdo con mucho cariño. Fue alguien que se convirtió para mí en un motor. Desafortunadamente no pudo ver más de lo que logré en esa época, porque al poco tiempo falleció”, expresó con voz quebrada.
A pesar de lo sucedido, su ánimo fue tal, que para los años 70 y luego de graduarse del colegio, decide trasladarse a Curramba con el objetivo de estudiar en la Escuela de Bellas Artes, lo que no consigue de antemano porque el dinero no le alcanzaba para ello. Sin embargo, otro de sus impulsos, su ya esposa Levis Martes Sánchez, con quien continúa casada después de 50 años, le ayudó a sortear la vida en la enorme Barraquilla. Con ella tuvo dos hijos, Levis, psicóloga, y Miguel, ingeniero eléctrico.
En la ‘Puerta de Oro’ desempeñó, sin dejar de pintar aunque fuese para él y los suyos, diversos trabajos. Y fue en uno de ellos en los que, en un rato libre, plasmó su primera obra pintoresca titulada: ‘Ruinas Isla de Salamanca’; cuadro que duró años archivado y que años después puso a concursar en un evento cultural en la capital del Atlántico.

“Fue curioso, porque además de que lo presenté sin muchas expectativas y me lo rechazaron por no cumplir los estándares requeridos en ese evento, terminó ocupando el tercer puesto entre más de 30 concursantes de distintas regiones de la Costa. Resultó que cuando me lo devuelven, el encargado como que se compadeció y me terminó diciendo que lo dejara de todas formas, y fíjate cómo me fue”, recordó el maestro Miguel entre risas.
A partir de ese momento y ya con 40 años, lo que demuestra que nunca se es tarde para cumplir los sueños, su camino encaminó la brújula de su arte. Aún ‘bandeándose’ con el conocimiento empírico, pero motivado por ese tercer lugar y el nombre que se estaba haciendo, se adentró a plasmar dibujos o pinturas en un más ámbito general del que venía manejando.
Abarcó distintos temas, siendo el Carnaval de Barranquilla, quizá, la mayor inspiración para que Miguel Antonio sacara a relucir sus dotes e ingenio y lograra de este modo abrirse espacio para participar en otros actos culturales donde fueron admiradas y reconocidas sus puestas en escena. Además, en años posteriores se encaminó a perfeccionar su sapiencia sobre el arte de la pintura y sus derivados, desarrollando cursos que reforzaron más aquellos conocimientos y técnicas que cultivó durante el tiempo del empirismo.

Ello le ha permitido vender sus cuadros en distintas ciudades del país y en Estados Unidos, pero, como dice él: “sin importar los 70 años que tengo, seguiré laborando duro para que mis pinturas sean disfrutadas y apreciadas con un mayor alcance, en más ciudades de Colombia y, por qué no, en otros países”.
En su palmarés ya contabiliza cerca de 80 pinturas de diversos estilos y tipos. De ese número, 30 nacieron durante la larga cuarentena que se vivió el año pasado por cuenta de la pandemia, por lo que ahora que la vida retome nuevamente su cauce natural, como lo augura él, con fe y mucha actitud seguirá inspirándose en nuestro Caribe colombiano para mostrar por medio de su arte una realidad, que aunque abstracta sea, traslade al público hacia el mágico mundo de lo que se mente idea y sus manos dibujan.